miércoles, 25 de marzo de 2009

Crisis y sociedad III

Antes que nada quiero disculparme por mi ausencia, pero he estado ocupado con otras responsabilidades ministeriales, que también ocupan mi tiempo y energía.

Pero una vez más quiero agradecerle al grupo de lectores y amigos que me han dado sus comentarios, ideas y sugerencias para mejorar este espacio de reflexión y diálogo.

Ahora continuemos el tema sobre las causas que considero están llevando a la sociedad occidental y al resto de las naciones, a esta presente crisis generalizada.

Dios: el origen y destino de nuestra vida















El tercer fundamento que nuestra sociedad está destruyendo es el valor de la vida, el respeto por la vida, como fuente y expresión de nuestra misma identidad como seres humanos.

En las próximas entregas veremos algunas manifestaciones de la pérdida del valor por la vida en nuestra sociedad, lo cual nos está deshumanizando, deteriorando y destruyendo como seres creados a la imagen del Creador, a la imagen de Dios.

Dios y el hombre

Pero antes, debo brevemente sentar la base sobre lo que considero es una antropología bíblica, lo cual definirá nuestro concepto sobre la vida, sobre todo la vida humana.

La Biblia no solo es explícita sobre la existencia de Dios; sino también sobre la creación del ser humano, de la humanidad constituida como hombre y mujer, por Dios. Él es la fuente, el modelo y el destino del ser humano, de la humanidad entera (Génesis 1:26-27; 2:7; Apocalipsis 21:1-7).

Teorías humanas

Personalmente siempre me ha parecido curioso, que las dos teorías de factura humana sobre el origen del hombre, todas devalúan o degradan al ser humano como criatura.

La teoría de la evolución, porque es eso y nada más, una teoría, aunque la sigan presentando como algo ya científicamente demostrado, defiende que el hombre proviene de los simios, del mono. Y la teoría extraterrestre, sostiene que el hombre proviene de seres extraterrestres superiores, con una inteligencia y tecnología superior a la nuestra. Los evolucionistas ven para abajo y los otros ven para arriba; pero en ambos casos la raza humana queda degradada, en un nivel inferior. Sólo el mensaje bíblico exalta al ser humano por encima de todo lo creado, aún por encima de los ángeles, y le confiere el atributo de ser hecho a la imagen de Dios.

La imagen de Dios

Esta imagen no sólo es la semejanza o parecido exterior o interior con el modelo original; sino que es también su impronta o impresión en el mismo ser. La Biblia enseña que Dios dejó su impresión, tanto internamente como externamente, durante la creación del hombre (Gn. 2:7):

1.- Lo formó (le dio forma) con “sus manos” del polvo de la tierra.
2.- Lo sopló (le dio aliento de vida) con su Espíritu. Y entonces, solo entonces, el ser humano llegó a ser un “ser viviente”, comenzó a existir, a vivir.

Dios dejó las “huellas de su mano” impresas en nosotros, unas curvaturas que solo pueden ser debidamente llenas u ocupadas por la “mano correcta” o el ser correcto. Ninguna otra cosa o persona puede llenar, satisfacer y completar esa impronta en el ser humano, solo su Creador, el que nos formó con Sus manos y con Su Espíritu.

Cuando Dios creó al hombre le tocó, le habló y lo llenó solo de Él. El ser humano, como el resto de la creación vive y se sustenta por la Palabra y el Espíritu de Dios.

El problema del hombre

Cuando el hombre pecó, realmente su decisión fue dejar de oír, recibir, la Palabra de Dios y por lo tanto dejó de recibir el Espíritu de Dios, el aliento que lo hizo ser, existir y vivir; por eso entró la muerte, la separación espiritual, y por lo tanto física, en la humanidad. Desde entonces, esa “voz” (Palabra-Espíritu) que le daba el gozo de vivir, ahora producía en el hombre el temor de vivir (Génesis 3:10).

A partir de la caída, la humanidad comenzó una vana y fútil carrera por tratar de llenar esas huellas, que dejó “la mano de Dios” en nosotros, con otras cosas y otras personas; tratando de vivir sin la Palabra ni el aliento de Dios; tratando de vivir ignorando que nuestro Creador existe y que nos sigue esperando.

Consecuencias de la caida

Tal ha sido nuestra confusión, nuestro extravío y perdición, que Dios mismo, otra vez, tomó la iniciativa y se hizo hombre, para mostrarnos nuevamente el “camino a Casa” y el camino a la vida (Juan 11:25-27; 14:6). Y esto lo hizo a través de Jesús, la Palabra de vida. Él no solo tomó, asumió nuestra humanidad, sino que también pagó la consecuencia de nuestros actos (la muerte) y la manifestación de nuestra condición mortal (enfermedades), cuando murió en la cruz del Calvario (Isaías 53:3-11). Dios, en su inmenso amor, envió a Su Hijo, para que nuevamente pudiéramos recibir Su Palabra y Su Espíritu, de manera que pudiéramos experimentar nuevamente la vida, la vida eterna, que sólo Dios, nuestro Creador nos puede dar (Juan 1:1-4; 3:16-18; 6:35-40, 63; 7:37-39; 10:7-18 ). Pero siendo Jesús la Palabra de vida, la vida misma, no podía ser retenido por la muerte, en el reino de la muerte; por eso resucitó, para demostrar que su obra, que su sacrificio en la cruz, había quebrantado la maldición de muerte y enfermedad, que pesaba sobre la humanidad desde que la primera pareja pecó en el huerto del Edén.

Tal es la importancia para Dios de la vida, de la vida del ser humano, que estuvo dispuesto aún a dejar Su gloria, para llegar a nosotros y mostrarnos el camino de regreso a la vida, de regreso a Él, nuestro Creador.

Importancia de la vida humana

Concluyo, que para Dios la vida del hombre, en todas sus etapas, tiene suma importancia por, al menos, tres razones:

1. Porque Él nos la ha dado y nos la ha dado con propósito, para que vivamos para la gloria de Su Nombre y para que disfrutemos de su presencia y relación con Él eternamente. Atentar contra la vida de cualquier ser humano, es atentar contra el diseño y propósito de Dios para la humanidad.
2. Porque Él nos creó a su imagen, para que le representemos en medio de Su creación. Llevamos Su imagen en nosotros, como muestra y evidencia de Su existencia y presencia en la creación. Así que atentar contra la vida de cualquier ser humano, es atentar contra Dios mismo que nos formó, nos creó a su misma imagen y semejanza.
3. Porque Él nos amó hasta el extremo, al punto de humillarse y tomar “forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:6-8), para rescatarnos, salvarnos y restaurarnos al propósito original para el cual Él nos creó. Por lo tanto, atentar contra la vida de cualquier ser humano, es manifestar un menosprecio a lo que Dios más ha amado: al hombre, a la humanidad (Juan 3:16); y un desprecio al don que Él nos ha dado, y que llevamos todos por dentro, en nosotros: la vida.

"Al principio Dios"... y al final también

Dios es el origen de la existencia humana; es el origen de la vida misma. Por eso Su Nombre es “Yo soy el que Soy”: la existencia, la vida siempre presente, la vida eterna.

Él es el Dios vivo. Todo aquello que atenta contra Él y Su creación, contra la vida humana, pertenece al reino de la muerte, al reino de la no-vida.
Todo lo que Dios crea es vivo, expresa o manifiesta vida en todas sus formas y belleza. Todo lo que es contrario a Dios, a Sus propósitos y a Su creación, genera o desemboca en muerte en todas sus formas y manifestaciones. Por eso la Biblia declara: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12).

El hombre, en su condición mortal, separado de Dios, no podrá nunca crear o generar vida; al final el resultado será la muerte, en todas sus formas o manifestaciones. Por eso, por cada adelanto científico, hay mayor manifestación de muerte y dolor; por cada paso de “desarrollo” hay mayor contaminación y destrucción. El Creador se lo dijo al hombre, al principio: “De todo árbol del huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17). Y luego cuando el hombre desobedeció, Éste le dijo: “maldita será la tierra por tu causa” (Génesis 3:17).

Es por eso que la Biblia declara que la creación “gime a una y a una está con dolores de parto hasta ahora”, pues está esperando la liberación, la redención de aquellos que le creen a Dios, que reciben Su Palabra de vida, es decir a Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo; porque vendrá el día, cuando Él regrese a la tierra, para crear nuevamente “cielos nuevos y una nueva tierra” llena de vida, de justicia y paz, para toda la creación y para toda la humanidad (2Pedro 3:13; Apocalipsis 21:1).